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El Niño y El Príncipe: fracaso socioeducativo en almíbar

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Estrecho

Las pantallas de los cines de toda España sólo muestran un rostro esta semana: los ojos azules de Jesús Castro, el actor que representa a El Niño en la película de Daniel Monzón. En el fin de semana de su estreno ha recaudado 2,85 millones, superando a la exitosa “Ocho apellidos vascos”, además de haber obtenido una buena acogida por parte de la crítica y el público.

Anteriormente, entre febrero y mayo de 2014, los hogares abrieron sus puertas a El Príncipe, una serie de Telecinco ambientada en la barriada ceutí del Príncipe Alfonso. La serie se apuntó una media de más de cinco millones de telespectadores y un share del 26,8%.

Ambas producciones, El Niño y El Príncipe, dibujan un retrato robot almibarado de la zona donde las dos historias se desarrollan, el Campo de Gibraltar y Ceuta, y comparten ciertas similitudes. Así, por ejemplo, en ambos casos las historias se centran en un policía (Jesús-Luis Tosar en El Niño y Morey-Álex González en El Príncipe) pero el autentico protagonista es el anti-héroe traficante (El Niño en un caso y Faruq en el otro): el policía se caracteriza como un ser alienado en su nueva ubicación (ambos son “extraños” residentes, el primero, “no-andaluz” y el segundo, “peninsular”) mientras que los dos anti-héroes sí son locales que recurren a la droga como vía de afirmación. En el caso de El Niño, el tráfico de drogas es un recurso frente al desempleo o la precariedad laboral; en el caso de El Príncipe, la droga reporta capital (económico y social) y prestigio en las complejas relaciones inter-comunitarias en una Ceuta reducida absurdamente a sólo dos tipos de “habitantes”, policías y musulmanes.

Ver ambas ficciones desde las ciudades donde ocurren representa un elemento de tensión para la recepción objetiva y dificulta, obviamente, el distanciamiento que presupone toda crítica. Por otro lado, no cometeré el error de intentar hacer crítica cinematográfica: me gusta el cine e intento disfrutar de él dentro de la medida de mis posibilidades pero carezco de la formación y la disciplina para llevar a cabo una crítica que pueda resultar interesante al lector o que sea justa para los realizadores de ambas producciones. En todo caso, conste que me ha gustado la película – no se ven muchas películas de acción en el cine español con tanta calidad – y que no me gustó la serie – más llena de tópicos y simplificaciones. De todos modos, los motivos pertenecen a mi gusto personal y no pretendo imponerlos ni justificarlos.

Sin embargo, me llama la atención la lectura política, absolutamente acrítica, que se ha hecho de la película y de la serie. Tanto en el caso de Algeciras como de Ceuta, los representantes políticos locales en Algeciras y Ceuta han acudido prestos a fotografiarse con los actores y las actrices de El Niño y El Príncipe respectivamente. Se ha mencionado, en ambos casos, la importancia de la presencia del Campo de Gibraltar y de Ceuta en las pantallas, y cuánto puede servir esto para la difusión de la imagen de Algeciras y Ceuta en un hipotético mercado turístico (o quizás en el mercado cinematográfico de la localización de exteriores).

Por un lado, no me resulta extraña esta reacción. El efecto hipnótico que las pantallas provocan en nuestros políticos crece de manera directamente proporcional a la repercusión de la película o el share del programa televisado así que no me sorprenden estas lecturas políticas locales. Es más, puesto que no tengo datos, ni siquiera cuestiono si la película y la serie son rentables como “inversión turística” aunque me temo que el reclamo de “Ciudad de Traficantes” no sea el más deseado para una Feria del Turismo.

Sin embargo, para mí lo relevante como ciudadano y como educador es el trasfondo social y educativo de ambas producciones. El Niño y El Príncipe son el reflejo de un fracaso socioeducativo que no podemos ocultar tras los oropeles del cine y la televisión. Las historias de El Niño y de El Príncipe son historias de de fracaso y abandono escolar, de desempleo y de precariedad,  de barriadas marginales (y marginalizadas) que ocupan buena parte de las ciudades, de tráfico de drogas a gran y a pequeña escala, de corrupción, de falta de horizontes. Y he aquí que no entiendo como los políticos (y en cierta medida todos los ciudadanos) no se sienten interpelados por la realidad que describen ambas producciones y se disponen, inmediatamente, a analizarla y, si es posible, cambiarla.

Obviamente, para que el Campo de Gibraltar y Ceuta se hayan convertido en los escenarios de El Niño y El Príncipe han concurrido muchos factores: desde su especial ubicación geográfica hasta su histórica relación con el estraperlo como modo “naturalizado” de vida, todos los indicios apuntaban a que este espacio de fronteras podría llegar a ser un entorno complicado, como reflejan ambas producciones. Así, el Campo de Gibraltar y Ceuta baten actualmente récords negativos en muchos indicadores educativos y sociales y, por ello, me gustaría ver  – como ciudadano y como educador – estrategias efectivas para sacar a ambos espacios de su actual estado de “territorio fracasado”.

“Territorios fracasados”: el Campo de Gibraltar y Ceuta (y probablemente Melilla) son actualmente “territorios fracasados” y han sido, antes, “territorios olvidados” y “territorios disputados”. Por un lado, el Campo de Gibraltar ha sido un territorio olvidado por los responsables políticos de Cádiz, Sevilla y Madrid, de igual forma que Ceuta es – al menos en el plano educativo – un territorio olvidado por Madrid; por otro lado, ambos espacios son territorios en los cuales el conflicto político se vive desde la confrontación, sin el menor espacio para el acuerdo y el encuentro por el bien colectivo.

Me gustaría que no fuera así. Me gustaría decir que se está trabajando para cambiar la situación pero no veo esas señales.

Así, en el terreno educativo, ni en el Campo de Gibraltar ni en Ceuta existen una estrategia de mejora educativa o planes educativos de entorno o una política de educación lingüística (tan necesaria a ambos lados del Estrecho) que busquen acabar con el fracaso y el abandono escolar de manera clara, eficaz y continuada. Para ello se necesitaría un gran pacto entre todas las fuerzas sociales y políticas para contribuir – cada uno desde su ámbito de competencia y actuación – al diseño de una educación formal eficaz y bien dotada y a una educación informal rica y atractiva. Es necesaria una reacción social de aquellos ciudadanos y ciudadanas que aún crean que hay posibilidad de cambio, pero necesitamos – con urgencia -políticos que se decidan y apuesten por el cambio: necesitamos políticos que se atrevan a plantar cara a sus “superiores” en Cádiz, Sevilla o Madrid si las decisiones que estos toman no favorecen la transformación de la realidad socioeducativa de ambos territorios, políticos que busquen y conozcan las actuaciones socioeducativas que permitan construir una escuela de éxito para dar esperanzas y herramientas a los chicos y chicas que quieran construir un futuro más esperanzador, políticos que sepan dialogar y trabajar juntos, políticos – en definitiva – que asuman el liderazgo para hacer de la educación una salida a la Marca El Niño o la Marca El Príncipe.

No pierdo la esperanza de que algún día se produzca esta reacción. Creo que en el Campo de Gibraltar y en Ceuta se han dejado de hacer muchas cosas y muchas otras se han hecho mal pero hay aquí energía y sabiduría para provocar el cambio. La solución no puede ser sonreír cuando los fotógrafos disparan en el estreno de la película sino sentarnos a buscar el camino entre todos: sociedad civil, profesionales, asociaciones y, si se ven capaces de lograr acuerdos y de contribuir al debate, también los políticos. El Niño y El Príncipe dibujan un escenario de problemas y conflictos en el Campo de Gibraltar y Ceuta: ¿no vamos a hacer nada por cambiarlo?


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